El productivismo es una ideología encarnada hoy en el capitalismo cognitivo como antes lo estuvo en el capitalismo industrial. Sus rasgos de identidad son la desmesura y el avasallamiento de la sociedad y la naturaleza. No tiene conciencia de límites ni se sostiene por una ética de la responsabilidad colectiva. Justamente por esa carencia de base debe procurársela ideológicamente mediante adjetivos eufemísticos tales como "verde", "sostenible", "responsable" etc. La simulación y el maquillaje forman parte de su identidad.
Cuando el productivismo apela a la innovación como "motor" del crecimiento quiere significar con eso que necesita de la energía individual y colectiva para producir, cualquier cosa, en cualquier lugar del mundo, bajo cualquier condición laboral o ecológica etc. siempre y cuando al final del proceso aparezcan beneficios para los dueños del capital inicial. Schumpeter a mediados del siglo pasado, siguiendo a Sombart, describió esta dinámica como "destrucción creativa" encarnándola en la figura del emprendedor individual. Desde entonces esta idea se repite insistentemente en todos los manuales de innovación. Pero no es muy difícil darse cuenta que de lo que en realidad se trata es de "creatividad destructiva", es decir, la imaginación, la energía, y la creatividad puestas al servicio de destruir lo que ella misma ha creado. Esta doctrina llevada al paroxismo se expresa en la llamada "obsolescencia programada" que quiere decir la planificación del fin de los objetos para posibilitar su sustitución por otros funcionalmente equivalentes pero aparentemente diferentes. Una gran parte de la industria y por lo tanto de nuestro "modo de vida" está basada en la creación artificial de caducidad. Y esto es grave.
Pero la innovación no es un privilegio del productivismo. La innovación y la difusión de las innovaciones son una posesión común de la especie, un rasgo propio y distintivo. Se puede expresar bajo diversas formas históricas y sociales, no necesariamente relacionadas ni con la economía ni con la tecnología en su sentido tradicional. Hay innovación cuando se crea una red de cooperativas o un mercado social. Hay innovación cuando se diseña una plantación de frutales siguiendo los criterios de la permacultura. Hay innovación cuando se articula una red huertos urbanos. Hay innovación cuando se crea una plataforma online para apoyar el comercio justo y cuando se diseña un horno solar con desechos metálicos. Hay innovación cuando se crea una banca cooperativa y cuando se pone a punto una estufa rusa de masa térmica. Todos estos son ejemplos de creatividad, imaginación e innovación social, en total sintonía con las propuestas decrecentistas.
El decrecimiento, en tanto alternativa de organización de los vínculos entre los hombres y mujeres entre sí y con la naturaleza necesita, de la innovación social. La imaginación y la innovación constituyen las condiciones de posibilidad de una sociedad decrecentista. Ésta tiene que ser necesariamente innovadora, no hay otra alternativa. La presencia en un enunciado de los términos innovación y decrecimiento debería ser entendido casi como un pleonasmo.