30 de abril de 2012

Iván Illich


 
El movimiento decrecentista, como se sabe, no se basa en un cuerpo ideológico unificado. Es el resultado de propuestas, intuiciones, críticas y utopías fraguadas a lo largo del siglo veinte por diversos autores. Uno de ellos, que no utilizó el término decrecimiento, pero que anticipó muchos de sus análisis e intuiciones, fue Iván Illich. Austriaco de nacimiento pero cosmopolita por circunstancias familiares y políticas; perseguido por ser judío durante los años de la barbarie fascista y finalmente afincado en Méjico donde en los años sesenta  fundó el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación)  importante espacio multidisciplinar que pervivió hasta 1976. Físico, historiador y filósofo, Illich es conocido por sus estudios críticos sobre educación (“La sociedad desescolarizada”) pero también por el concepto de “convivencialidad” y sus críticas a la industrialización y a la tecnología subordinada a ella.

Illich, ya en los años cincuenta y sesenta, se planteaba una crítica a los excesos del productivismo que ponían en cuestión la misma viabilidad de la sociedad. “La sociedad puede ser destruida cuando el futuro crecimiento de la producción en masa convierte el entorno en hostil, cuando extingue el uso libre de las habilidades naturales de los miembros de una sociedad, cuando aísla a las personas entre sí y las encierra en un caparazón artificial, cuando socava el tejido comunitario promoviendo una polarización social extrema y una especialización desintegradora o cuando una aceleración cancerosa impone el cambio a un nivel que excluye los precedentes legales culturales y políticos como directrices formales del comportamiento presente”, afirmaba Illich.

Para Illich “la superproducción industrial de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos y destructivos como la superproducción de un bien”. Sobre esta idea basa su teoría de los “umbrales de mutación”. De acuerdo a ésta a partir de un determinado umbral de desarrollo, un sistema (la educación, la medicina, la industria etc.) produce precisamente lo contrario de lo que en teoría es su fin. La medicina, encargada de paliar las nuevas enfermedades para asegurar el funcionamiento de la “mega máquina productiva”, produce nuevas enfermedades relacionadas con los tratamientos. El sistema educativo por su parte, encargado de asegurar la adaptación del hombre a la mega máquina y sus necesidades de consumo produce automatismos e ignorancia. De la misma manera,  la industria automovilística confundió la buena circulación con la alta velocidad dificultando y encareciendo la movilidad y esclavizando al ciudadano en relación al automóvil.

Conviene reeler a Illich.

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