19 de septiembre de 2012

La lira y Roma

Relacione Ud. algunos párrafos en una misma noticia y se hará una idea bastante aproximada de hasta dónde puede llegar  la insensatez y la codicia del algunos.
 
Párrafo 1

"El Ártico alcanzó el pasado 16 de septiembre la mínima extensión helada desde que en 1979 los satélites comenzaron a realizar mediciones. Ese día contaba con 3,41 millones de kilómetros cuadrados helados, lo que supone un 18% menos que en el anterior récord, del 18 de septiembre de 2007, según ha anunciado este miércoles el NSIDC el organismo de EE UU que realiza las mediciones. Respecto al mínimo de hace cinco años, la diferencia es de 760.000 kilómetros cuadrados, lo que supone 1,5 veces el tamaño de España. Los científicos relacionan el deshielo del Ártico con el "calentamiento global" y proveen que en solo unas décadas quede libre de hielo en verano. Los seis mínimos de extensión han ocurrido los últimos seis años"

Párrafo 2
 
(Walt Meier, científico del NSIDC) “enfatiza que la variabilidad natural puede tener alguna responsabilidad, pero no toda, en el deshielo. El resto lo atribuye, como la mayoría de los científicos, al cambio climático producido por la emisión de combustibles fósiles. El uso de estos, principalmente carbón y petróleo desde la Revolución Industrial, emite CO2, que se acumula en la atmósfera, retiene parte del calor que emite la Tierra y calienta el planeta. Meier asegura que “es muy probable que en los próximos 20 o 30 años el Ártico quede en verano libre de hielo”. En solo unos años, los científicos han ido adelantando su previsión sobre cuándo ocurriría eso: de 2070 bajaron a 2040 y ahora no descartan que ocurra en dos décadas"

Párrafo 3

Carlos Duarte, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que ha dirigido expediciones al Ártico (señala) que: “Esto no es la variabilidad natural del clima. (...) es lo que la Convención de Naciones Unidas define como ‘cambio climático peligroso’. Mientras, estamos enfrascados en discusiones semánticas”. Duarte tiene un símil para la inacción: “Estamos tocando la lira mientras arde Roma”.

Párrafo 4

"El deshielo del Ártico ha generado enormes expectativas en compañías petrolíferas, de gas y mineras que esperan poder acceder a un territorio rico e inexplorado"

Es decir, mientras las evidencias científicas y el sentido común, avalan una inexorable destrucción de muchas de las condiciones de posibilidad de la vida sobre la tierra, otros se frotan las manos porque podrán extraer beneficios de tal destrucción. Decrecimiento o barbarie.

10 de julio de 2012

Descerebrados

La ausencia de cerebro causa estragos en la bestia humana. Por algún extraño motivo algunos descerebrados tienen especial predilección por ocupar su limitado stock de neuronas en torturar. La bestia humana es la única que tortura a sus semejantes y a otros animales. Y lo hace generalmente amparada en la fuerza del grupo, de la horda, de la manada. Entre gritos, por gusto, en un juego perverso, innecesario y sádico unos estúpidos vociferantes y semidesnudos han condenado a una vaca a morir ahogada en Denia. Otra vez la jauría humana haciendo de las suyas.

Ver vídeo


16 de junio de 2012

Paisajes aberrantes


En la portada y contraportada de un interesantísimo libro, publicado por ICARIA cuyo subtítulo es: “Cómo las corporaciones controlan los alimentos, acaparan la tierra y destruyen el clima”, aparece un campo de monocultivo de soja transgénica en Brasil. En medio de una tierra rojiza e inacabable aparece un solitario nogal superviviente de la devastación, mientras un tractor rocía insecticida. Es un paisaje industrializado, es decir, desolado, triste, monótono. Es un paisaje aberrante producido por intereses económicos aberrantes.

La palabra aberrante viene del verbo aberrar  que, a su vez, viene del latín aberrare, formado del prefijo ab (separación del exterior de un límite) y el verbo errare (vagar, faltar, errar). Entonces, "aberrante" significa, aproximadamente, "el que vaga y se aleja". Es decir, significa desviarse, salirse de lo normal. Pero hay desviaciones buenas, creativas, éticas  y desviaciones malas, egoístas e inmorales. Un cultivo de soja transgénica es una desviación mala: se desvía de los intereses y del bienestar de las mayorías. Es una práctica racional y perversa dirigida a destruir, es una aberración.

¿Porqué una aberración contra la naturaleza, es aceptada, promovida, difundida y financiada?  ¿porqué se entiende como un triunfo de la ciencia y la tecnología? ¿porqué una aberración de esta magnitud se considera normal y beneficiosa? ¿Porqué se acepta que  una empresa llamada Monsanto haga lo siguiente: fabrica un herbicida, el glifosato, el herbicida más utilizado en la industria de la soja. Su nombre comercial es Roundup.  Monsanto, también se encarga de venderles las semillas de soja que el agricultor tiene que sembrar. Pero no es cualquier semilla: tiene un nombre y una patente: “soja RR” que quiere decir, soja resistente al Roundup. Este agrotóxico se rocía de manera masiva e indiscriminada sobre los campos de cultivo. Las plantas y todos los seres vivos lo absorben y, en pocos días, se muere todo excepto la soja modificada transgénicamente…Brillante ¿no? ¡Cuánta inteligencia comercial, cuánta tecnología, cuánto esfuerzo humano puesto al servicio de una aberración!

El monocultivo intensivo de soja acaba con toda vida animal y vegetal, que antes llenaba ese hábitat, arriesgando la salud de los agricultores pobres, destruyendo su soberanía alimentaria, haciéndolos dependientes de las lógicas productivas de las grandes corporaciones agroalimentarias y condenándolos al hambre. Un mundo aberrante, una ética aberrante, un destino aberrante para todos.


Fotografía: armadillos muertos por efecto de los agrotóxicos en Uruguay.

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27 de mayo de 2012

Gerundios perversos


La lengua inglesa gusta de los gerundios para describir actividades humanas. Los hay positivos o muy positivos (footing) negativos o muy negativos (mobbing ) e, incluso, otros verdaderamente perversos y escalofriantes como el fracking. Este último término, traducido como “fractura hidráulica” designa una práctica industrial y tecnológica que consiste, nada más y nada menos, que inyectar, a alta presión, toneladas de agua, arena y productos químicos hacia las profundidades de la tierra mediante de pozos perforados horizontalmente a distancias de más de dos kilómetros. Esta mezcla presurizada amplía las fracturas existentes en el sustrato rocoso que aprisiona el gas o el petróleo. Estas fisuras se mantienen abiertas con arena permitiendo que estos elementos, cada vez más escasos, emerjan a la superficie donde los esperan para limpiarlos, filtrarlos y extraer de ellos la preciada energía que alimenta la máquina termoindustrial.

Esta práctica,  junto a otras como la extracción de petróleo en arenas bituminosas , se ha hecho cada vez más habitual y necesaria para la industria energética como consecuencia del progresivo agotamiento de los yacimientos fósiles, lo que las lleva a “explotar filones cada vez más pobres y de difícil extracción”, como señalan en la Asamblea Contra la Fractura Hidráulica de Cantabria.

Las consecuencias medioambientales de estas técnicas son pavorosas. Además del elevadísimo consumo de agua, de los compuestos tóxicos, alergénicos, mutagénicos y cancerígenos que se inyectan, entre el 15% y el 80% del fluido recuperado contiene metales pesados y radiactivos. Los peligros de fuga de estanques, evaporación de fluidos y vertidos son evidentes. Todo esto constituye una amenaza real para el aire, los acuíferos y para todas las formas de vida del entorno, incluyendo a las humanas.

Desde el punto de vista tecnológico no cabe duda que es un éxito, un triunfo de la imaginación y la innovación ingenieril. Lo es también desde el punto de vista de la ambición empresarial. Pero es una derrota ecológica y social. Una expresión de voracidad y agresividad sin límites. O más bien una muestra extrema de la actuación productivista sin conciencia de límites y de desprecio por cualquier principio de precaución. Al igual que sucede con la energía nuclear u otras formas tecnológicas agresivas y avasalladoras resulta a la vez, asombroso, desconcertante y triste que ver cómo el ingenio tecnocientífico se dirige con tanta fuerza a la destrucción de las propias condiciones de posibilidad de la biósfera y, por lo tanto, de sí mismo.

Estas prácticas, literalmente de tierra arrasada, son defendidas como ejemplo de solución a la escasez energética: siempre habrá, se nos dice, posibilidades técnicas para darles respuesta. No nos dicen que lo que se destruyó para obtenerla nunca más se podrá recuperar y que, en general, las famosas “externalidades negativas” de esta industria son obscenas y, por supuesto, no incluidas en la contabilidad de los proyectos. El  fracking es una actividad desoladora, que humilla a la naturaleza y la somete a los intereses cortoplacistas de minorías empresariales y tecnocientíficas. El fracking es el enemigo de cualquier idea de racionalidad, convivencialidad y respeto por todos: es una fractura ética.

20 de mayo de 2012

La imaginación tecnológica y la banalidad

Todo el mundo tiene derecho a imaginar el futuro en general y el futuro tecnológico en particular. Sin embargo, la mayoría no lo hacemos y dejamos que otros lo imaginen por nosotros. Es decir, delegamos la capacidad y el potencial de imaginación de que se encuentra socialmente distribuida. Al parecer, a la división del trabajo productivo le corresponde una división del trabajo de la imaginación. Por este motivo, existen individuos que se dedican a imaginar productos y servicios que supuestamente nos harán más fácil la vida.

Hace algún tiempo un periódico invitó a diferentes personas a pensar acerca del cual sería el “invento que falta en nuestras vidas”. Las respuestas fueron muy heterogéneas. Destacamos la que dio el ejecutivo de una empresa fabricante de electrodomésticos. “Me gustaría que existiera un electrodoméstico inteligente que nos evitara usar sartenes y ollas, con el que nunca más nos preocupáramos de si los ingredientes son frescos, ni tuviéramos que consultar la receta en un libro. De hecho, estamos investigando sobre una cocina del futuro que no necesite nada. La superficie de cocción inteligente sin forma definida y moldeable, permitiría que nos limitáramos a situar los ingredientes sobre ella y el aparato lo analizaría, presentando un lista de las recetas que mejor se ajusten a ellos”. Supongo que este deseo será compartido por muchos y que la empresa en cuestión dedicará tiempo y muchos recursos económicos y humanos para logra que el producto por fin exista: deseos, cerebros y máquinas se pondrán al servicio de esta imaginación y la harán realidad.

Por su parte, Michio Kaku un prestigioso científico especialisrta  en la Teoría de las Supercuerdas, afirmó hace unos pocos años que se está trabajando en un prototipo de sensores cerebrales, que acercándose a la telepatía, permite colocar un chip, llamado BrainGate, en el cerebro. Afirma, alegre y complacido que “podemos conectar ese chip a un odrdenador para jugar a los videos juegos, resolver crucigramas, escribir correos electrónicos y mandarlos simplemente mediante el pensamiento. En Japón hablan ya seriamente de fotografiar los sueños. Hoy es imposible, pero investigadores de la Universidad de Kioto han descubierto que la imagen que genera el cerebro se hace pixel a pixel”

Los ejemplos que hemos puesto corresponden a los imaginarios del mamistream cultural, empresarial y tecnocientífico. Y no nos gustan. Es la imaginación tecnológica dominante que mañana se convertirá en productos que rodearán y condicionarán nuestra vidas. Son ejemplos de tecnologías aristocráticas que, en otro lugar, hemos opuesto a las tecnologías plebeyas. Tecnologías excesivas, banales y, por lo tanto, débiles en espesor cultural las primeas y tecnologías austeras y arraigadas en las prácticas comunitarias las segundas.  Una perspectiva decrecentista acerca de los objetos tecnológicos debe rebelarse contra  la contaminación semiótica y física de nuestros entornos que estos excesos conllevan. No se se trata  de renunciar al mundo artificial que nos caracteriza como especie. Ningún primitivismo debería definirnos. Se trata de  apostar por  "nuevas calidades " en ese medioambiente artificial y consolidar una teoría del diseño dentro de un mundo limitado, complejo y precario. Apostar por el "cuidado de las cosas", frente a la cultura del desecho y la obsolescencia programada.

14 de mayo de 2012

Gassho, animales y ética decrecentista


Gassho es un gesto del budismo Zen, y de otras tradiciones culturales y religiosas,  que expresa “respeto por todas las existencias”. “Dirige el espíritu por encima del ego y de las consideraciones personales. Gassho crea armonía entre los seres, por muy diferentes que sean. Cuando la acción es la justa, el mundo se vuelve justo. Cuando hacemos sinceramente gassho por los demás, se crea una mutua simpatía. Si lo hacemos por el universo entero, incluso los árboles, las montañas y los ríos sienten esta simpatía y nos la devuelven a su vez. Un murmullo acompaña a las dos manos tocándose  suavemente y una ligera inclinación de la cabeza”.

Un gesto austero, como todo el ritual Zen cargado de sentido y ética. Una aspiración de “convivencialidad”  (Illich) que debería llenar todas nuestras miserias cotidianas y una buena guía para una necesaria ética decrecentista. Respeto por todas las existencias, las más cercanas y las más lejanas, las grandes y las ínfimas, las humanas y las no humanas. Una meta difícil en medio de tantos egoísmos personales y colectivos; en medio de tantas derrotas.

Todo esto viene a cuento de un vídeo realizado por la asociación protectora de animales El Refugio, donde con crudeza se muestra lo que unos desalmados pueden hacer con un animal, esta vez con una perra a la que enceguecieron con disparos de perdigones algunos miembros de la estúpida ralea de cazadores. Junto con el sufrimiento indecible que esos descerebrados causaron al animal aparece la otra cara posible de la conducta humana: la de aquellos que la recogieron, la cuidaron, la curaron regalándole una nueva oportunidad de vida.

No cabe duda que el respeto por las existencias forma parte de la ética decrecentista. Eso es lo queremos decir cuando afirmamos que el productivismo ha tocado los límites de la biosfera. No se trata sólo de una cuestión de límites económicos sino de límites éticos: podemos, pero no debemos avasallar a la naturaleza. La especie humana, a través de una de sus formas contingentes de organización social, emprendió una guerra contra la biosfera y los seres que la habitamos. El capitalismo ha sido siempre una economía de guerra. Una permanente campaña bélica contra la vida disfrazada de progreso. Frente a eso tenemos el ejemplo de los voluntarios de El Refugio: a lo mejor todavía es posible cuidar y curar a nuestro mundo enfermo dándole una nueva oportunidad de vida.

Gassho

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30 de abril de 2012

Iván Illich


 
El movimiento decrecentista, como se sabe, no se basa en un cuerpo ideológico unificado. Es el resultado de propuestas, intuiciones, críticas y utopías fraguadas a lo largo del siglo veinte por diversos autores. Uno de ellos, que no utilizó el término decrecimiento, pero que anticipó muchos de sus análisis e intuiciones, fue Iván Illich. Austriaco de nacimiento pero cosmopolita por circunstancias familiares y políticas; perseguido por ser judío durante los años de la barbarie fascista y finalmente afincado en Méjico donde en los años sesenta  fundó el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación)  importante espacio multidisciplinar que pervivió hasta 1976. Físico, historiador y filósofo, Illich es conocido por sus estudios críticos sobre educación (“La sociedad desescolarizada”) pero también por el concepto de “convivencialidad” y sus críticas a la industrialización y a la tecnología subordinada a ella.

Illich, ya en los años cincuenta y sesenta, se planteaba una crítica a los excesos del productivismo que ponían en cuestión la misma viabilidad de la sociedad. “La sociedad puede ser destruida cuando el futuro crecimiento de la producción en masa convierte el entorno en hostil, cuando extingue el uso libre de las habilidades naturales de los miembros de una sociedad, cuando aísla a las personas entre sí y las encierra en un caparazón artificial, cuando socava el tejido comunitario promoviendo una polarización social extrema y una especialización desintegradora o cuando una aceleración cancerosa impone el cambio a un nivel que excluye los precedentes legales culturales y políticos como directrices formales del comportamiento presente”, afirmaba Illich.

Para Illich “la superproducción industrial de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos y destructivos como la superproducción de un bien”. Sobre esta idea basa su teoría de los “umbrales de mutación”. De acuerdo a ésta a partir de un determinado umbral de desarrollo, un sistema (la educación, la medicina, la industria etc.) produce precisamente lo contrario de lo que en teoría es su fin. La medicina, encargada de paliar las nuevas enfermedades para asegurar el funcionamiento de la “mega máquina productiva”, produce nuevas enfermedades relacionadas con los tratamientos. El sistema educativo por su parte, encargado de asegurar la adaptación del hombre a la mega máquina y sus necesidades de consumo produce automatismos e ignorancia. De la misma manera,  la industria automovilística confundió la buena circulación con la alta velocidad dificultando y encareciendo la movilidad y esclavizando al ciudadano en relación al automóvil.

Conviene reeler a Illich.

14 de abril de 2012

Ilusionismo tecnológico y lavavajillas

El discurso ecologista en gran parte ha sido absorbido y colonizado por el productivismo. Su máxima expresión ideológica es el llamado “desarrollo sostenible” que, sucintamente, consiste en mantener las mismas características de las mercancías, sus volúmenes de producción y sus usos pero supuestamente realizados, en algunos de sus procesos, de una manera “verde”. Nace así la ideología de un capitalismo cromático, alegre, responsable, renovable e inocuo para el medio ambiente. No obstante, cualquier análisis mínimamente riguroso del ciclo de los objetos producidos revela inconsistencias en alguna parte del mismo. Ya sea en la producción, distribución, consumo o en la generación de desechos, aparecen agujeros  de despilfarro energético y/o contaminación.

Recientemente en un blog dedicado a temas más o menos ecológicos se hace un panegírico al lavavajillas. Los argumentos están supuestamente avalados por estudios técnicos de diversa índole y la conclusión es que el uso del lavavajillas es más eficiente desde el punto de vista del ahorro de agua en relación al lavado a mano y en general amable con el medioambiente.

¿Realmente alguien puede creer que un aparato que ha requerido grandes inversiones en tecnología, instalaciones y transportes; que ha necesitado de enormes cantidades de energía en su fabricación; que ha utilizado extensas estructuras logísticas y de redes de venta, marketing y publicidad para su puesta en el mercado; que probablemente sus materiales tendrán algún grado de toxicidad y que terminará su días en un vertedero, probablemente en África etc., sea inocuo para el medio ambiente y las personas?  Hay que tener mucha fe en el capitalismo "verde" y/o estar financiado por las empresas fabricantes para afirmar semejante despropósito. Un lavavajillas es un claro ejemplo de la creación de necesidades a partir del ilusionismo tecnológico, es decir, de la producción de objetos maravillosos y casi mágicos que, aparentemente, vienen a satisfacer importantes requerimientos sociales. Mediante la constante agregación de funciones técnicas supuestamente más avanzadas se estimula la obsolescencia programada de unos modelos por otros.

El lavavajillas es uno de los tantos representante de las tecnologías banales, superfluas y  dañinas cuyos fabricantes quieren convencernos que “responden a las necesidades de los consumidores”. ¿Es necesaria tanta sofisticación tecnológica para hacer algo tan sencillo como fregar platos? ¡Por favor! Ahorrar agua lavando a mano es una cuestión de hábitos. Cierre UD. el grifo y utilice barreños. Ahorrar agua, metiendo tecnología en un aparato diseñado para gastarla, es otro de los delirios y contrasentidos del “desarrollo sostenible”.


6 de abril de 2012

Contra la corriente

La propuesta por el decrecimiento puede resultar esotérica, extravagante o simplemente insensata en estos tiempos de crisis económica donde la obsesión es “retomar la senda del crecimiento”. Pero ya hemos visto en el post anterior,  en qué lado de la vida se encuentra la sensatez. Por ello, es necesario insistir en ella y  nadar contra la corriente; nadie nos prometió un jardín de rosas. Apoyémonos en algunos documentos de la Subcomisión de Decrecimiento de la Asamblea de Barcelona del 15M. Allí se dice:  “La crisis no es sólo un problema de especulación financiera, es también una crisis de sobreproducción y de sobreexplotación de la gente y de los recursos naturales, consecuencia inevitable de un sistema de producción y consumo basado en el crecimiento indefinido”.

Es decir, nuestra crisis no es su crisis, por lo tanto las soluciones son distintas.  "Hay dos estrategias muy diferentes para hacer frente a los problemas causados por la crisis”. Una que pasa  “por  repartir: la riqueza, el tiempo de trabajo, las viviendas vacías... para que todo el mundo tenga sus necesidades cubiertas. Y otra que pasa “por  intentar crecer: Tomar medidas que, según dicen, reactivarán la economía, crearán empleo etc.”

Los decrecentistas  “no queremos sólo la igualdad de acceso al trabajo y al consumo, es decir la igualdad en la explotación de  la gente y de la naturaleza, queremos también suprimir esta explotación, lo que implica decrecer el nivel total de producción y consumo empezando por los que explotan más o mucho mas que los demás, construyendo una economía adaptada a la capacidad de regeneración de los ecosistemas y una sociedad liberada de la competencia constante entre personas y entre territorios”

Es evidente que la solución decrecentista será la solución perdedora, por el momento. No tenemos la capacidad política para influir en los acontecimientos. Pero la victoria táctica del productivismo será su derrota estratégica. No podrán volver a sus indicadores anteriores porque no existe posibilidad ecológica ni energética para hacerlo. Dentro de sus mismas promesas no pueden ofrecer sino empobrecimiento creciente. El modelo de expansión de la producción y consumo de la posguerra no puede repetirse sino a cambio del colapso ecológico. La austeridad o simplicidad voluntaria del decrecentismo es una respuesta sensata frente a las ilusiones del productivismo delirante. (Ver también Redoux).




31 de marzo de 2012

Un tipo sensato

La sensatez es amiga del buen juicio y del sentido común. En general, los decrecentistas queremos decir, y creemos que decimos,  cosas sensatas aunque algunas de ellas sean paradójicas. Pensamos que hablamos una prosa sensata. Decrecer es paradójico pero sensato, o al revés.  Afirmar con rotundidad  que es imposible un crecimiento económico infinito en una biosfera finita es sensato. Ser objetores del crecimiento es una posición ética y política sensata, o eso creemos.

Paul Ariés, decrecentista,  tal como lo vemos en los vídeos, parece un tipo un poco excéntrico, vehemente y enfático, es decir, francés. Pero dice cosas sensatas, es decir, de sentido común, es decir extrañas para muchos, en fin. Veamos algunas de sus sensateces.

“El decrecimiento es una palabra  obús que sirve para decir que la solución no está en el siempre más; en el siempre más producción, más consumo.

“Hemos alcanzado los límites del planeta”

“Hoy es necesario conectar con otra manera de vivir. Otro estilo de vida social y ecológicamente responsable”

“El decrecimiento no es el decrecimiento de todo para todos. El decrecimiento debe ser necesariamente equitativo y selectivo. Los primeros que tienen mucho que ganar con el decrecimiento son los más pobres”

“Yo diría que el decrecimiento es el retorno de los que comparten y para nosotros el primero de los decrecimientos debe ser el de las desigualdades sociales”

“La gratuidad la llevamos en el corazón, es el recuerdo del paraíso perdido, del seno materno, de relaciones de amor o amistad, pero también engloba los servicios públicos y los bienes comunes”

“La gran lucha del siglo XXI no será por el poder adquisitivo sino por defender y extender  la esfera de la gratuidad”

“(Pero no la gratuidad de todo) organicemos la gratuidad del buen uso, junto al encarecimiento, incluso prohibición del mal uso. ¿Porqué pagar al mismo precio el agua para limpiar  que el agua para llenar una piscina privada? Y esta lógica vale para la energía, para los desplazamientos..."

“La crisis medioambiental hace inaplazable la gran cuestión histórica que es la cuestión del reparto. Y es es el motivo por el cual el discurso del decrecimiento no es un discurso para “llamar a la responsabilidad” y menos un discurso de culpabilización. El objetivo es suscitar el deseo, promover en la gente ganas de cambiar y eso requiere demostrar que vivir de otra forma es posible y requiere  descolonizar nuestro imaginario”

“Einstein decía que cuando uno tiene la cabeza en forma de martillo ve todos los problemas en forma de clavo. Mientras tengamos la cabeza formateada por los economistas, sean de izquierdas o de derechas, siempre buscaremos la solución al conjunto de los problemas en el “siempre más”. Esto nos llevará hacia el muro, en el plano social, en el plano medioambiental, en el plano humano”

“Nuestra sociedad se ha zambullido totalmente en la desmesura. Hemos  perdido la capacidad de ponernos límites. Cuando un individuo es incapaz de ponerse límites los buscará en lo real: en el desarrollo de conductas de riesgo, en las toxicomanías, en el suicidio. Y cuando una sociedad como la nuestra es incapaz de ponerse límites también va a buscarlos en lo real: en el calentamiento global, en el agotamiento de los recursos, en la explotación obscena de las desigualdades sociales"
 
"Por lo tanto, la gran cuestión del siglo XXI  es reconectar con la capacidad de ponerse límites y para eso hay que olvidarse del economicismo, de esa idea de que “más” significará necesariamente “mejor”. Dejar el economicismo para reconectar con la cultura, porque la cultura es lo que nos inmuniza contra los fantasmas más arcaicos: el culto a la omnipotencia, la idea de un mundo sin límites. Y después reconectar de nuevo con la política, porque la política es antes que nada la definición de la ley, lo que nos lleva  la pregunta por el propósito de la ley. ¿Es una ley hecha en interés de la mayoría o de una pequeña minoría? Creo que el desarrollo actual del movimiento por el decrecimiento es una señal de recomposición política que se está desplegando a escala internacional. El decrecimiento no es un asunto francés, el decrecimiento existe en América  Latina, América del Sur, existe en África y Asia. No necesariamente con la misma palabra pero sí con la misma esperanza. Cuando los indígenas hablan de “buen vivir”, cuando los africanos hablan de una vida buena. Al fin y al cabo esta misma búsqueda de un nuevo vocabulario para construir una emancipación. Una emancipación que sea beneficiosa, obviamente, para la mayoría de los humanos"

"Algo que tal vez caracteriza al decrecimiento es que rechazamos soluciones que solo sean válidas para el mapa hexagonal (Francia). Nosotros no queremos construir nuestro bienestar en detrimento de la mayoría de los pueblos. Pensamos que todos vivimos en el mismo planeta y que debemos y podemos salir de ésta todos al mismo tiempo. Pero no es una condena: al contrario es una esperanza extraordinaria. Promovemos el decrecimiento económico pero también el crecimiento en humanidad. Es lo que quiere resumir nuestro eslogan: menos bienes y más vínculos, más vínculos sociales, más vínculos humanos"

El decrecimiento hace cosas nuevas con cosas viejas. En cierto modo, conecta con un discurso religioso, la pobreza evangélica. El decrecimiento conecta también con aspiraciones multiseculares como el derecho a la pereza o el derecho de vivir y trabajar en tu tierra. Pero es cierto es que a estos movimientos les han roto la cara en la historia. ¿Qué podría hacer que este movimiento estuviera hoy en condiciones de ganar? Creo que hay dos cosas que debe  hacernos optimistas. En primer lugar lo que los sociólogos llaman la desmediación de la sociedad, el fin de las clases medias. Este fin puede ser lo peor si nos lleva al nihilismo, a  la desesperanza, el sentimiento de impotencia, pero eso puede ser fantástico si posibilita que una generación entera sepa que no tiene nada que esperar del sistema. Es lo que vemos hoy en Túnez, en Egipto y es lo que veremos mañana en Grecia y en España y espero que también en Francia. Y luego algo que también me hace ser optimista es la crisis ecológica. Esta crisis es creíble: vamos hacia la pared. Pero, al mismo tiempo nos impide postergar la cuestión histórica que es la repartición. Nos obliga a convertirnos en “compartidores” o bien a aceptar la barbarie que viene. No podremos conseguir el bienestar de la gente a pesar de ellos. La única cosa que podemos hacer como objetores del crecimiento es intentar construir soluciones con la gente y demorar que aunque no podemos cambiar este mundo, al menos podemos construir otro”

Sensato ¿no?


23 de marzo de 2012

Aquí y ahora: la importancia de la experimentación social

André Gorz fue un intelectual heterodoxo cuya actividad de reflexión y escritura ocupó toda la segunda parte del siglo veinte. Originario de la escuela existencialista francesa,  extramuros de la academia realizó interesantes análisis de las transformaciones del capitalismo industrial,  del trabajo y la clase obrera. Sus reflexiones también se irradiaron hacia la ecología política campo sobre el cual mostró un interés pionero. El 24  de septiembre de 2007 André Gorz, a la edad de ochenta y tres años, se suicidó junto a su mujer Dorine. Sus cuerpos fueron encontrados en la cama uno junto al otro. Se habían inyectado una dosis letal de drogas. Ejercieron su derecho a una muerte digna.

En sus últimos años de vida, Gorz, mostró simpatías por el decrecimiento. En un artículo del año 2007 decía, siempre lúcido, que "el decrecimiento de la economía fundada sobre el valor de cambio ya tiene lugar e irá a más. La cuestión está sólo en saber si adoptará la forma de una crisis catastrófica padecida o la de una opción de sociedad autoorganizada, fundando una economía y una sociedad más allá de salariado y de las relaciones mercantiles, cuyas semillas habrán sido sembradas por experimentaciones sociales convincentes".

Siguiendo con su razonamiento podemos agregar que la importancia de la experimentación social se debe a dos motivos: por una parte porque permite a aquellos que han optado por una crítica a las actuales formas de vida bajo el productivismo puedan encontrar formas coherentes de ligar sus valores y sus prácticas vitales. Por otra parte, y llegado el caso, si se cumplen los pronósticos de una debacle civilizatoria, se podrá disponer de una reserva común de prácticas sociales que sirvan como modelo ampliable a la sociedad de supervivencia que, con toda probabilidad, emergerá de las ruinas del productivismo.

Las posibilidades de enmendar el rumbo hacia el postdesarrollo implican dos áreas de acción interrelacionadas y mutuamente necesarias: por un lado la modificación del imaginario productivista  y,  por otro lado la modificación, aquí y ahora, vía experimentación colectiva, de las formas sociales de organización del trabajo, distribución de la riqueza y de relación con la naturaleza. La primera es una tarea ideológica, cultural, de difusión de los mensajes decrecentistas uno de cuyos ámbitos privilegiados tiene que ver con el consumo, con los hábitos individuales y colectivos de apropiarnos de los bienes materiales e inmateriales. La segunda tiene que ver  con la construcción de vínculos sociales basados en formas organizativas diferentes alejadas de la mercancía y el valor de cambio en un contexto de  Éxodo: “Llamamos Éxodo a la defección de masa fuera del Estado” (Paolo Virno). Sin el énfasis en este segundo aspecto, el de la construcción aquí y ahora de formas sociales alternativas, el decrecentismo puede encerrarse en una interesante, necesaria, pero insuficiente y circular práctica de comunicación.

Los decrecentistas deberíamos, al mismo tiempo que trabajar por la difusión de ideas y valores, conectar y participar cada vez más en experiencias de autoorganización social con criterios ecológicos y de justicia social, arriesgándonos a proponer también otras nuevas. La experiencias de mercado social, cooperativas integrales, cooperativas de ahorro, pueblos en transición, ecoaldeas, experiencias de permacultura etc. deberían  formar parte de las redes de acción decrecentistas y ser consideradas un campo para la imaginación y la inventiva propia. Es decir, no sólo alabarlas y comunicar que existen  sino participar en su articulación e inventar otras comunes. Se trata de la experimentación con diferentes formas de consumo, por supuesto pero también y en primer lugar con nuevas formas de producción que impliquen nuevas posibilidades técnicas y tecnológicas en conjunto con nuevas formas de organización social. Veámoslas con cierto detalle.

En relación a la producción se trata de abrir las prácticas decrecentistas hacia la producción e intercambio de los bienes necesarios para la vida. No olvidemos que salir del reino de la mercancía no implica salir de la cultura material, de los objetos y su valor de uso. No se trata despreciar a los objetos sino de reapropiarse de ellos, devolverles su sentido y valorarlos como resultado de la imaginación cultural común. Se trata de “conectar lo técnicamente posible con aquello que es culturalmente deseable”  (Ezio Manzini) en el  contexto de las exigencias medioambientales. No podemos salir de ambiente artificial que nos define como especie: lo artificial es nuestra forma particular forma de naturaleza. La paradoja es aquí ésta: el productivismo a pesar de su obsesión por la producción de objetos los desprecia cada vez más y los convierte en un mero instrumento para la obtención de beneficios en otros lugares. Decía Gorz: “Más de la mitad de los beneficios de las empresas americanas provienen de operaciones financieras. Para reproducirse y crecer, el capital recurre cada vez menos a la producción de mercancías y cada vez más a la "industria financiera". La producción de objetos es la excusa para valorizarse en el mercado financiero”. Los objetos son una excusa: de aquí su hiperabundancia y su obsolescencia planificada, es decir, su destino de vertedero.

Es necesario reivindicar la producción de objetos como actividad artesana y en conexión con las necesidades comunitarias. El “buen objeto”, debe serlo ética, estéticamente y funcionalmente. Productos de larga duración, productos que “sepan envejecer lentamente y con dignidad” (Ezio Manzini). Dignidad de los objetos y dignidad de los sujetos; dignidad en la vida y en la muerte.
No hay sociedad sin técnica y ahora sin tecnología. Ambas son también formas de mediación necesarias para nuevas formas de organización social. Se trata de innovación por supuesto pero de “innovación simétrica” es decir, dentro de un dialogo en igualdad de condiciones con las prácticas sociales. No se trata de que la tecnología le ofrezca objetos y procedimientos a las prácticas sociales sino al revés: las prácticas de una sociedad “autoorganizada” demandan las técnicas y tecnologías apropiadas a sus necesidades. Estas son mis necesidades comunitarias: produzcamos juntos las tecnologías adecuadas.

Respecto a las nuevas formas de organización social. La antropología y la historia nos muestran la amplia variabilidad de las experiencias de organización humana. El capitalismo primero comercial, luego industrial y ahora financiero no son etapas “naturales” de la evolución social; son contingencias históricas,  resultado de las relaciones de poder y subordinación entre actores sociales. La historia pudo haber sido y puede ser de otra manera. Los vínculos sociales están abiertos a la imaginación y la inventiva decrecentista. El socialismo estatista fracasó, entre otras muchas razones, porque no se basó en formas de experimentación previas. Las prácticas de sus “vanguardias”, al concentrarse en la toma del poder,  no prefiguraron la sociedad de deseada. Apostaron todo a la toma del Palacio del Invierno y a la creación de un momento histórico “cero” a partir del cual la imaginación se pondría a funcionar. Resultado: fueron experiencias de ingeniería social más que de extensión y desarrollo de experiencias arraigadas en los haceres comunes previos. Las vanguardias, transformadas en elites gobernantes, impusieron desde arriba y sin experimentación previa sus concepciones intelectuales acerca del lo que debía ser el Estado socialista.  Fueron diseños sociales cargados de ideología y desprovistos de imaginación abierta, democrática  y convocante.

La inventiva es, por lo tanto, “aquí y ahora”, sin esperar la llegada de la utopía. Esta se construye con los mimbres que ahora disponemos con el saber, la voluntad y la imaginación actuales, pocos o muchos pero actuales.

17 de marzo de 2012

Atrapanieblas: una tecnología plebeya


Los atrapanieblas son unas redes plásticas que situadas en zonas con abundancia de brumas o nieblas las capturan y por condensación las acumulan y por gravedad las distribuyen, ya sea para el cultivo o el consumo humano directo. Han tenido un cierto impulso en los últimos años a partir de desarrollos acumulativos principalmente en Chile e Israel, pero también en las Islas Canarias y otros lugares del mundo. Técnicamente la idea es simple y, al parecer, exitosa, aunque su difusión ha sido lenta. El principio de la condensación de las microgotas de niebla ha sido utilizado desde siempre por diferentes culturas humanas. Antes de estas redes plásticas situadas estratégicamente en cumbres brumosas se utilizaba el agua que chocaba contra las superficies de las piedras o de la vegetación. De hecho, los bosques de altura son excelentes condensadores de las microgotas de niebla. Los actuales atrapanieblas son, en este sentido, un ejercicio notable de biomímesis.Pero: ¿no debería apostarse por atrapanieblas vegetales y no plásticos, por lo menos en el mediano y largo  plazo?

Los atrapanieblas en muchos lugares han sido vistos como la gran solución a los problemas de agua en zonas desérticas o con escasa presencia de lluvias. Es una tecnología relativamente barata, en principio no contaminante y con resultados prácticamente inmediatos. No cabe duda que es una tecnología "plebeya" que puede ser gestionada directamente por las comunidades beneficiarias de este recurso pues no requiere, por ahora, de grandes conocimientos técnicos.

Este "por ahora" es importante pues sabemos que la sobretecnologización es una constante en muchas herramientas que tienen un punto de partida simple.De los molinos de viento manchegos medioevales a las actuales y enormes aspas alineadas en nuestros montes no sólo hay una cuestión altura sino de complejidad tecnológica que es una consecuencia, a su vez, de las exigencias económicas a las que ha quedado sometida esta tecnología. Los “atrapanieblas” pueden ser obligados a competir en volumen energético con las tradicionales formas de producir electricidad (hidráulica, térmica, nuclear) lo que los llevaría al gigantismo con los evidentes efectos negativos que tendrían sobre el paisaje en términos físicos y visuales. Es decir lo que les sucede actualmente a los paneles fotovoltaicos que tapizan lo que antes eran campos de cultivo.

Por esta razón, los atrapanieblas corren el peligro de quedar "atrapados" por las redes de la producción industrializada de agua, es decir, alejados de los vínculos comunitarios y sus necesidades particulares, aunque se les llamará "sostenibles".Corremos el riesgo de que veamos ahora, junto con las aspas de los gigantes metálicos, océanos de sabanas plásticas extendidas en las cimas de las montañas intentando recoger agua para alimentar el mismo sistema de demanda desmesurada.

Lo relevante no es la tecnología en sí misma sino el sistema sociotécnico en el que se inserta y las demandas que el segundo le hace a la primera. Un sistema de demanda desquiciado y masivo genera tecnologías excesivas, centralizadas y aristocráticas. Un sistema de demanda moderado y comunitario genera tecnologías  equilibradas, distribuidas y plebeyas. El agua de los atrapanieblas debe servir para apagar la sed de vida no la sed de consumo. A lo mejor todavía quedan Quijotes para luchar contra las aspas de los gigantes.

13 de marzo de 2012

La energía nuclear y el sueño de las energías renovables


La capacidad destructiva de la energía nuclear es absoluta, espacial y temporalmente. Es una tecnología agresiva que contiene un potencial de muerte sólo apaciguado por un permanente, precario y costoso sistema de vigilancia.  Por sí sola, o en combinación con los desastres naturales, es una espada de Damócles sobre la biosfera.

Es una tecnología inmoral que, a través de los residuos que genera, desplaza de forma premeditada la responsabilidad de su gestión a las generaciones futuras. No sabe qué hacer con las basuras de su actividad y le propone a la humanidad superviviente que encuentre los conocimientos y los procedimientos para tratarlos. Una minoría de individuos legitimados por su saber técnico y sostenido por su poder militar se ha arrogado a sí misma el derecho a decidir sobre el destino de la humanidad y de la biosfera.

El reciente aniversario de la catástrofe de Fukushima vuelve a poner de actualidad el debate sobre la energía nuclear. Esta tecnología de origen militar y que justamente inauguró su camino de muerte en Japón, es defendida por los mismos partidarios del modelo productivista dominante. La defensa de la energía nuclear es la defensa de este modelo de producción y consumo. Todos los que defienden el uso de la energía nuclear como base para la economía están defendiendo esta economía. Pero lo contrario no es cierto: muchos de los que defienden este modelo se pronuncian por el desarrollo de energías "alternativas" en su versión "renovables".

Los que no defendemos este modelo nos oponemos tanto a la energía térmica de origen nuclear como a cualquier tipo de energía destinada a sostener su voraz demanda energética. Lo que hay que modificar, decimos, no son tanto las tecnologías para la generación de energía como la ingente demanda de ésta proveniente de un modelo de producción y consumo irracional, desbocado y destinado al colapso. En un contexto donde la relación entre consumo y gasto energético es directa, cualquier energía alternativa tarde o temprano escaseará y/o se convertirá en dañina por exceso de demanda. Por ejemplo: si bien la energía proveniente del Sol es renovable la masificación tanto de la producción como del uso de paneles fotovoltaicos, necesaria para competir en cantidad con la producción energética con las centrales nucleares o las que usan combustibles fósiles, generará a corto o largo plazo problemas medioambientales. Reemplazar una central como la nuclear de Almaraz ocuparía unos doscientos kilómetros cuadrados de paneles,  dice Pedro Prieto quien,  por otra parte,  añade: "El sol y el viento son renovables; los módulos fotovoltaicos y los generadores eólicos, no lo son".

El sueño de la energía, limpia, barata, inacabable y eficaz dentro del modelo producivista, es eso, un sueño. Pero no un sueño inocente sino de  aquelllos que entorpecen la búsqueda de alternativas sociales que construyan otra estructura de demanda. El problema no es la energía en sí misma sino el tipo de sociedad deseable y posible dentro de unos criterios de austeridad, solidaridad humana y respeto a todos los seres vivos.

PD: ver también este vídeo de Prieto, conferencista y escritor siempre polémico y siempre interesante.Y estos otros acerca de los límites del crecimiento realizados en Septiembre del 2011 en la Universidad de Valladolid.

9 de marzo de 2012

La innovación y la imaginación como condición del decrecimiento

Entre los tópicos- y son muchos- contenidos en el discurso estándar sobre la innovación se encuentra aquel que señala que la innovación deber ser el  "motor del crecimiento". Nada más lógico y razonable, pero equivocado y parcial. Ni el  crecimiento económico, per se debe ser el objetivo de la economía ni la inteligencia ni la capacidad de innovación social tienen que estar a su servicio.Es posible modificar la actual "servidumbre voluntaria" de la capacidad de innovación a los imperativos productivistas. Non serviam.

El productivismo es una ideología encarnada hoy en el capitalismo cognitivo como antes lo estuvo en el capitalismo industrial. Sus rasgos de identidad son la desmesura y el avasallamiento de la sociedad y la naturaleza. No tiene conciencia de límites ni se sostiene por una ética de la responsabilidad colectiva. Justamente por esa carencia de base debe procurársela ideológicamente mediante adjetivos eufemísticos tales como "verde", "sostenible", "responsable" etc. La simulación y el maquillaje forman parte de su identidad.

Cuando el productivismo apela a la innovación como "motor" del crecimiento quiere significar con eso que necesita de la energía individual y colectiva para producir, cualquier cosa, en cualquier lugar del mundo, bajo cualquier condición laboral o ecológica etc. siempre y cuando al final del proceso aparezcan beneficios para los dueños del capital inicial. Schumpeter a mediados del siglo pasado, siguiendo a Sombart,  describió esta dinámica como "destrucción creativa"  encarnándola en la figura del emprendedor individual. Desde entonces esta idea se repite insistentemente en todos los manuales de innovación. Pero no es muy difícil darse cuenta que de lo que en realidad se trata es de "creatividad destructiva", es decir, la imaginación, la energía, y la creatividad puestas al servicio de destruir lo que ella misma ha creado. Esta doctrina llevada al paroxismo se expresa en la llamada "obsolescencia programada" que quiere decir la planificación del fin de los objetos para posibilitar su sustitución por otros funcionalmente equivalentes pero aparentemente diferentes. Una gran parte de la industria y por lo tanto de nuestro "modo de vida" está basada en la creación artificial de caducidad. Y esto es grave.

Pero la innovación no es un privilegio del productivismo. La innovación  y la difusión de las innovaciones son una posesión común de la especie, un rasgo propio y distintivo. Se puede expresar bajo diversas formas históricas y sociales, no necesariamente relacionadas ni con la economía ni con la tecnología en su sentido tradicional. Hay innovación cuando se crea una red de cooperativas o un mercado social. Hay innovación cuando se diseña una plantación de frutales siguiendo los criterios de la permacultura. Hay innovación cuando se articula una red huertos urbanos. Hay innovación cuando se crea una plataforma online para apoyar el comercio justo y  cuando se diseña un horno solar con desechos metálicos. Hay innovación cuando se crea una banca cooperativa y cuando se pone a punto una estufa rusa de masa térmica. Todos estos son ejemplos de creatividad, imaginación e innovación social, en total sintonía con las propuestas decrecentistas.

El decrecimiento, en tanto alternativa de organización de los vínculos entre los hombres y mujeres entre sí y con la naturaleza necesita, de la innovación social. La imaginación y la innovación constituyen las  condiciones de posibilidad de una sociedad decrecentista. Ésta tiene que ser necesariamente innovadora, no hay otra alternativa. La presencia en un enunciado de los términos innovación y decrecimiento debería ser entendido casi como un pleonasmo.


4 de marzo de 2012

Elogio del catastrofismo

Damas y caballeros, me presento: soy un catastrofista. El catastrofismo en temas medioambientales tiene mala prensa. Se arroja a la cara del interlocutor como sinónimo de exageración, pesimismo y poca confianza en las posibilidades de la tecnología de evitar o al menos atenuar los efectos secundarios o las “externalidades negativas” de nuestro  maravilloso “modo de vida”.

Separemos aguas. Ser catastrofista no significa ser apocalíptico. La noción de Apocalipsis es religiosa. El catastrofismo se basa en las evidencias científicas y en el sentido común, contenidos totalmente ausentes de los enunciados apocalípticos. Un catastrofista es un optimista informado y, por lo tanto, indignado. Un decrecentista también.

Repito: soy, junto a muchos otros, un catastrofista. Y a mucha honra, aunque,  a veces, serlo me quita el sueño. El catastrofismo actual es casi lo inverso de aquella teoría geológica dominante en Europa en los siglos dieciocho y diecinueve que afirmaba que la tierra se formó súbitamente y de forma precisamente “catastrófica”. El catastrofismo actual, con fundamentos más biológicos que geológicos, afirma que las pruebas científicas disponibles apuntan hacia una desaparición más o menos repentina de muchos de los fundamentos de la vida en este planeta. Afirmamos que nos enfrentamos ahora a una reducción drástica de las probabilidades de continuación de las formas biológicas, como consecuencia de la intervención destructiva de una de las maneras posibles de organización de la vida colectiva de las sociedades humanas sobre la tierra: el productivismo.

Este productivismo, expresado a lo largo del siglo veinte como capitalismo industrial o como socialismo de Estado, produjo el mayor daño ambiental conocido y ha dejado a los habitantes de este planeta, a todos, no sólo a los humanos, al borde del desastre. El catastrofismo no confunde los efectos antropogénicos con los efectos de las formas políticas, culturales y económicas de organización del animal humano. No es éste en sí mismo el dañino sino las formas contingentes de organización de su vida colectiva en medio de una biosfera finita. La historia medioambiental del siglo veinte muestra los antecedentes de la catástrofe previsible. “En el siglo veinte se cuadruplicó la población del mundo y su economía se multiplicó por 14, mientras que el consumo energético aumentó 16 veces y el factor de expansión de la producción industrial fue  de 40. Pero las emisiones de dióxido de carbono fueron 13 ves superiores y el consumo de agua se multiplicó por cuatro”  “Es evidente que no mantendremos durante mucho tiempo el ritmo del siglo veinte” (John R. Mc Nelly).

Los catastrofistas pensamos que existen posibilidades de enmendar el rumbo modificando tanto el imaginario productivista como las formas sociales de organización del trabajo, distribución de la riqueza y de relación con la naturaleza. Existen posibilidades culturales, tecnológicas y políticas pero, desgraciadamente, desconocemos sus probabilidades de éxito. A lo mejor los botones de la catástrofe ya han sido tocados. El catastrofismo, transformado en acción y voluntad política, forma parte de la razón decrecentista que trabaja en el estrecho margen que existe entre las posibilidades y las probabilidades de supervivencia.




21 de febrero de 2012

Bombas, economía e innovación

La especie humana inventó el productivismo y sus dos grandes formas sociales de expresión en el último siglo: el capitalismo y el socialismo estatista. Ambos han fracasado como propuestas de bienestar humano; ambos se han sostenido por la dominación interna, la guerra  externa y el expolio y destrucción de la naturaleza. El socialismo estatista, aunque cuenta todavía con nostálgicos de sus rituales y de su épica, pasó con más penas que glorias por la historia de siglo veinte. El capitalismo que pareció triunfante lanza ahora zarpazos de ahogado. Pero su máquina productiva sigue funcionando, sigue generando ideas para la destrucción, sigue aprovechándose de la capacidad de innovación y  creatividad de la especie para sus fines egoístas. 

El gasto militar es una parte central de la economía del mundo: constituye un mercado. Mercado de bienes, materiales e inmateriales y mercado de trabajo. La industria de la guerra forma parte del PIB de las naciones y demandante de ideas, tiempo y recursos naturales. Cuando la economía tambalea la guerra aparece como una de las salidas posibles para hacer funcionar la maquinaria productivista. El Imperio busca lugares donde lanzar las bombas y la industria armamentística comienza a salivar. Ahora, al parecer, es el turno de Irán.

La imaginación peversa y belicista comienza a funcionar: se trata de pensar cómo destruir las instalaciones nucleares de ese país. Para ello se piensa en utilizar bombas con capacidad para penetrar hormigón armado de hasta diez metros de espesor. ¿Cuánta inteligencia, creatividad y trabajo han sido necesarios para fabricar tales artilugios de destrucción? ¿Cuanta energía colectiva ha sido puesta a disposición del horror? Y por el contrario: ¿qué otros lugares sociales han quedado vacíos de ideas, de energías creativas e innovación? La balanza social de la innovación es asimétrica.
 

17 de febrero de 2012

Contra el PIB

Como cualquier sistema de indicadores el PIB (Producto interior o interno bruto) es un constructo, un artificio contable diseñado para medir lo que la ciencia económica dominante entiende por producción de un país. Todo sistema de indicadores puede ser evaluado por lo que incluye y por lo que excluye. Los que conocemos incluyen cualquier tipo de actividad colectiva mientras genere actividad económica, mientras circule dinero, mientras se paguen salarios etc. Por ejemplo, la actividad madera  está incluida en el PIB brasileño; las instalaciones mineras  están incluidas en el PIB de países como Chile y constituyen un componente central de su economía; la construcción de estructuras ferroviarias para trenes de alta velocidad  está incluido en el  PIB español;  la producción de impresoras está incluida en el PIB chino, etcétera. Pero el PIB brasileño no incluye ningún indicador que mida la destrucción de la selva amazónica, el PIB chileno no incluye el brutal consumo de agua no renovable y la contaminación de las capas freáticas; el PIB español no incluye la interrupción y destrucción de los ecosistema naturales que generan las líneas del AVE; el PIB chino no incluye las nefastas consecuencias medioambientales de los productos diseñados con criterios de obsolescencia programada…

Por eso el PIB es un indicador mentiroso. Sin embargo, la actual crisis se mide, entre otras formas por el descenso del PIB. Y  en países como España continúa su camino cuesta abajo, lo que vaticina en los próximos meses una “recesión técnica”. Pero, desde una perspectiva decrecentista esto no debería ser una preocupación en sí misma. Es evidente que no podemos alegrarnos por las consecuencias que, en términos de paro, desahucios etc. y sus correlativos  sufrimientos psicociales, trae aparejada la crisis de actual sistema, pero no cabe duda que se abre la posibilidad de reflexión y acción colectivas  tanto sobre otras formas de actividad productiva como acerca de otras maneras de medirla.

A este decrecimiento “por las malas” que muestran los datos del PIB, debemos oponerle un decrecimiento  "por las buenas”, es decir, un decrecimiento, a la vez razonado y ordenado pero radical, que implica una reformulación de las prioridades, los modos y las formas de medir las actividades económicas, con una exigencia de satisfacción de las necesidades de las mayorías dentro de un diálogo con la naturaleza y dentro de un horizonte temporal que incluya a las futuras generaciones.

PD: A propósito de este tema y otros: entrevista a Carlos Taibo en rtv.es

9 de febrero de 2012

Invasores

La arrogancia tecnocientífica es ilimitada. Rusos, británicos y norteamericanos compiten por llegar primeros a los lagos bajo el hielo de la Antártica, intocables e incontaminados durante millones de años. Ahora pueden dejar de estarlo. Los rusos anuncian su reciente conquista. Pero: ¿quién ha autorizado a estos invasores vestidos con ropaje científico para profanar la quietud y el silencio de estos dulces fondos abisales? ¿En nombre de qué razón estos enanos presuntuosos se atreven a horadar el tiempo, la materia y la vida? ¿Qué avaricia esconden en sus técnicas, saberes y esfuerzos? ¿Hacia dónde dirigen su voluntad de dominio?
La innovación científica y tecnológica debe ser reconducida, no puede seguir siendo  guiada por los intereses de los señores de la guerra y del capital. Dinero, creatividad  energía social deben ser orientados hacia una relación de respeto hacia la naturaleza  y las comunidades humanas. Lo realizado por los rusos puede ser una hazaña pero de aquellas que son para ponerse a temblar.