7 de marzo de 2010

Fe tecnofílica

La fe de algunos en la evolución de la tecnología limita con la ceguera, la ignorancia o la inmoralidad. En España, el ministro de Industria, Miguel Sebastián, vaticinó hace unas semanas en un pleno del Congreso que la energía nuclear será un día "una renovable más", cuando puedan utilizarse como combustible los residuos que se guardan en el futuro Almacén Temporal Centralizado (ATC).

El contexto de esta declaración es la vergonzosa competencia de algunos pueblos españoles para ser custodios de la basura radioactiva generada por las centrales dispersas por todo el Estado. Los defensores del modelo productivo termonuclear tienen aquí un argumento aparentemente contundente para justificar su posición: a través del desarrollo tecnológico futuro, la basura nuclear, peligrosa, será convertida en un insumo inocuo para el mismo proceso productivo que lo creó. Sofisma perfecto y, por lo tanto, perverso. Apuesta por un desarrollo tecnológico posible, pero de probabilidad desconocida, sostenido por la inventiva de las generaciones futuras legitimando la idea de que los costes ambientales pueden no estar incluidos en la actividad económica presente. Por el contrario, desde una perspectiva decrecentista el futuro no debe ser cargado con la responsabilidad de solucionar los problemas del presente, sino al revés: es en el presente donde se deben prever y solucionar los problemas para dejar que el futuro se encargue de los propios.

Por otra parte, la estrategia de llevar a la energía nuclear al campo, en principio, más aceptable socialmente de las energías renovables, hace aguas por todas partes. La definición de energía renovable nos dice que se trata de aquellas “que se producen de forma continua y son inagotables a escala humana. El sol está en el origen de todas ellas”. Pero, renovable no quiere decir inocua: los biocombustibles constituyen una de las energías renovables por excelencia y las consecuencias y costes medioambientales negativos en su producción y consumo pueden ser enormes. Con mucha más evidencia sucede en el caso de la nuclear. Las artimañas retóricas para ocultar el peligro nuclear corren paralelas con las artimañas políticas, comprando conciencias, para ocultar los residuos en las poblaciones periféricas del país. En ambos casos, la cosa huele mal.